¿Por qué soy voluntario?
July 19, 2016
Me gustan las personas con ideales. Frecuentemente son las que se lanzan con el pecho descubierto contra el viento y la marea en busca de alcanzar lo que sus ideas, dentro de su lienzo mental, dibujan. Son así: ávidas, llenas de energía y motivación. Los cambiamundos.
Ningún ejército puede detener la fuerza de una idea cuando llega a tiempo.
— Victor Hugo.
Haciendo cosas “gratis”.
Una de las razones por las que tenía que escribir este post se encuentra escondida detrás de las veces que alguien me ha preguntado: “¿Cuánto te pagan por organizar/asistir a tal o cual evento?”. Mi respuesta siempre fue la misma: “No me pagan. Creo en lo que hago, y hago lo que me gusta”.
Muchas veces fallamos en darnos cuenta que la humanidad esta construida a base de trabajo colectivo. La populi se ha encargado de construir un aparato complejo y gigante llamado “sociedad” que se forja encima (*¿o alrededor? ¿o debajo?*) de nosotros cuando nacemos.
Ésta cosa, que bautizamos por “sociedad”, nos ha hecho parecernos a las hormigas, pues nos enfrentamos a una batalla campal contra nuestro ego para aceptar, a fin de cuentas, que individualmente no podemos hacer mucho, y que en cambio, es el trabajo colectivo el que consigue cosas. Es casi siempre el esfuerzo colectivo el que atrae la atención de otros, el que hace ruido y enciende la chispa en los demás para seguir una causa. Vigotsky sabía un poco de ésto.
Olvidando el dinero por un segundo.
Una de las características más arraigadas a nuestro pensamiento (como humanos viviendo en el siglo 21) es que tenemos que recibir dinero (o algún tipo de pago relacionado) por lo que hacemos. Y si bien es cierto que nadie debería trabajar gratis, también es cierto que en nuestros trabajos, el dinero no debería ser lo más importante. No es secreto que las mejores horas de esfuerzo son las que tienen el resultado más gratificante, y lo gratificante es usualmente aquello que nos gusta hacer. Así, lo más importante en nuestro trabajo debería ser aquello que nos gusta hacer, y no la cantidad de dinero que ganamos haciéndolo.
Hacer dinero no está mal (mucho menos si lo ganamos haciendo lo que nos gusta), pero debemos dejar detrás la idea retrógrada de que el papel y la moneda son los únicos tipos de ganancia a obtener por nuestro trabajo. Debe haber una ganancia distinta, una que no se relacione directamente con el sentido de intercambio del dinero. Una ganancia que, por ejemplo, eleve el alma del que realiza la acción. Una ganancia que sume a lo que somos y no sólo a lo que tenemos.
Sería menester preguntarnos cuando la memoria lo pida: “¿Estaría haciendo ésto si no hubiese dinero involucrado?”
Sin absolutos.
Soy voluntario porque (como muchos) entiendo que no es necesario entregar todo de mi a una causa. El simple hecho de hacer algo, por más pequeño que sea, representa una contribución que tiene valor para las metas de la comunidad de la que soy parte. Al fin y al cabo los que hacen son los que cuentan.
Nadie (por razones obvias) puede regalar todo su trabajo. Ni debería.
A lo que voy.
Ser voluntario va más allá del beneficio económico. Creo (con miedo de pasar por hedonista) que deberíamos tratar de realizar aquello que nos llena, nos da placer o nos hace mejor persona. Tratar de que sea cual sea la causa que apoyemos, lo hagamos porque nos sentimos identificados con las ideas o propósitos de la misma. Y más que eso.